divendres, de maig 09, 2008

Actitut davant la vida...

Llegeixo a la contra de La Vanguardia d'avui (09-05-2008)

Josep A. Pujante, neurocirujano, autor de 16 libros, escalador
"Somos montañas líquidas"


Barcelonés de 52 años. Dirijo cooperación internacional. Casado con Helena. Tenemos 5 hijos: Rita, Ramón, Max, Lucía y Blanca. La política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos actuales. Asumo a un creador, pero no me gustan los intermediarios

Moisés buscaba a Dios en las cumbres del Sinaí.

M Yo subo para bajar al fondo de mí mismo.

Y ha encontrado...

La capacidad de resistir y la complejidad humana. He estado al borde de la muerte en varias ocasiones, en el Aconcagua, en el Everest, en un accidente de coche en Nepal y en una tormenta en el Manaslu, a 7.000 m.

Una tormenta de nieve debe de ser algo muy angustioso.

Quedas atrapado, aplastado como en un sarcófago, la nieve te va enterrando en vida, los aparatos ya no funcionan, la comida se ha acabado y ves cómo los sherpas, que conocen mucho más que tú el Himalaya, se entregan a la muerte, se orinan y defecan encima.

Finalmente, pudieron salir.

Sí, pero caímos 300 metros dentro de un alud y la cuerda que nos unía se me enredó en el cuello; cuando recobré la conciencia estaba sepultado, tuve que abrirme camino.

Se necesita frialdad.

La aprendes. Yo nunca fui valiente ni fuerte, todo lo contrario: de niño sufrí una cardiopatía, no podía dar dos pasos sin ponerme azul, hasta los siete años no pude practicar ningún deporte. Luego, poco a poco, comencé a subir montañas y correr maratones. He cincelado mi personalidad.

¿Qué se aprende de la muerte?

En el Aconcagua, la montaña más alta de América, viví la experiencia amarga de estar solo mientras una tormenta de viento blanco, 210 kilómetros por hora, me cubría.

La sonrisa del congelado es beatífica.

Se debe a la tensión de los músculos. El dolor de las congelaciones es atroz. Quería hinchar los pulmones pero la caja torácica ya no me respondía, el corazón se desacompasaba y llegó un momento en que los esfínteres se relajaron, como le ocurre a cualquier enfermo terminal. Pero tuve muchas horas para pensar en lo que había hecho bien en la vida y en lo que había hecho mal, y en todo lo que podía haber hecho y no hice.

... Eso último debe de ser lo más triste.

También me apasionaba descubrir qué habría al otro lado. Y lo que más feliz me hacía era haber ayudado como neurocirujano a otras personas, y desde entonces hasta hoy he cumplido con todas esas cosas que me quedaban por hacer.

¿La más importante?

Crear una familia. Ahora tengo 5 hijos; si muero, dejo personas a las que he procurado formar en la práctica de la bondad y a las que he inculcado el placer de conocer mundo.

¿Tan importante es?

El que se encapsula en esta sociedad tan artificial en la que vivimos difícilmente conocerá al ser humano en profundidad.

¿Cómo acabó lo del Aconcagua?

De repente, la conciencia volvió. Lo último que recordaba es que estaba agonizando. Abrí los ojos, tenía las gafas cubiertas de nieve y veía una claridad difusa, así que pensé: "Ya estoy en el otro barrio". El caparazón que había formado la nieve helada había mantenido la hipotermia en el límite justo. Desde entonces veo la vida de otra manera, priorizo y relativizo mucho más.

No lo entiendo, y sigue hollando picos.

Ya sé que conocerte a ti mismo puedes hacerlo desde el salón de casa. Pero esa vida nómada me ha llevado a profundizar en muchos países; como embajador, he conocido a fondo las relaciones internacionales y me he mezclado con la gente, especialmente con los viejos de cada lugar.

¿Cómo se ve el mundo desde su cima?

Estar en la cima del Everest te hace sentir, en contra de lo que podría parecer, un ser insignificante, allí recuperé la humildad. Bajas transfigurado, diciendo: "No soy nada, el mundo es muy grande y hay muchas cosas que hacer".

¿Somos muy diferentes de los caníbales de Papúa Nueva Guinea?

Nosotros hemos creado un mundo de grandes facilidades, bienestar es una palabra mágica en nuestra sociedad. El bienestar de los caníbales es tener unas condiciones mínimas de supervivencia y, para ello, compartir es necesario. Aquí, y lo vemos con el fenómeno de la inmigración, hemos dejado de ser hospitalarios. Nuestros mayores van al asilo, para las tribus son los oráculos.

Aquí ya no somos viejos, te estiras por aquí, te cambias la sangre…

Sí, puedes ir poniéndote recambios, pero lo que no te recambias es el alma, que acumulas vivencias de soledad; ese es el destino que nos aguarda. Ser viejo, estar arrugado, es indecente, eres un desecho.

Los caníbales somos nosotros.

La búsqueda de bienestar nos impide ser conscientes de cuestiones esenciales como la locura de los biocombustibles: con el maíz (alimento de media humanidad) que se necesita para llenar el depósito de un todoterreno puede vivir una persona todo un año. Colgaría esta frase en los despachos de los directores generales.

¿Qué es lo más grande que ha encontrado en el ser humano?

La generosidad, la que vi por ejemplo en sir Edmund Hillary, un apicultor que entró en la historia por ser el primero en alcanzar la cima del Everest, pero que a su paso fue creando hospitales y escuelas a través de su fundación, y por eso lo admiro.

Dice que somos materia y espíritu.

Somos naturaleza, montañas líquidas, pero creemos que un dios nos ha reservado un papel especial que yo pongo en duda.